Debido al coronavirus
estamos viviendo la situación de excepcionalidad educativa más radical
que ha vivido el mundo desde las grandes guerras del siglo XX: centros
educativos cerrados, alumnado y profesorado recluidos en sus casas, dudas
e incertidumbre en torno a los procesos habituales en el sistema
educativo (evaluación del segundo trimestre, escolarización del próximo
año, prueba de acceso a la universidad, etc.). Sin lugar a dudas, podemos
afirmar que todo lo que era sólido en educación se desvanece en el aire
–esperemos que por un tiempo breve y limitado–.
De
enseñanza presencial a online
Ante esta situación, la
normativa y el sentido común obligan a llevar a cabo un experimento
inaudito: el tránsito, precipitado y no previsto, de la enseñanza
presencial a la enseñanza on-line de todo el alumnado,
desde Educación Infantil hasta Educación Superior, y en muchos países por
todo el mundo de manera simultánea.
¿Cómo lo podemos hacer? ¿Qué
tipo de actividades podemos realizar? ¿Cómo nos relacionaremos con
nuestro alumnado y sus familias? ¿Qué recursos usaremos? Esta son hoy
algunas de las muchas preguntas que los centros educativos y el
profesorado están intentando resolver de manera urgente para que tan
pronto como sea posible los estudiantes puedan aprovechar su tiempo en
casa para el estudio y el aprendizaje.
Desafortunadamente, los
docentes están organizando esta transición sin contar con referencias
válidas porque nunca, ni en la peor de nuestras pesadillas, habríamos
imaginado una situación así –y cuestionando, al mismo tiempo, la
fragilidad de la digitalización de la escuela, tímida y limitada en
recursos y profundidad–.
Un aluvión
de iniciativas
En pocas horas han surgido
iniciativas privadas, comunitarias, institucionales y empresariales que
ofrecen recursos e ideas, pero lo cierto es que el panorama que
observamos está presidido por la ambigüedad de la administración
(amparada tras el mantra de la “autonomía de los centros”), las dudas de
los centros y muchos docentes y el paso al frente de muchos educadores y
educadoras que sí han creído durante años que en lo digital había una
oportunidad que explorar para ofrecer una docencia de calidad.
Sin embargo, en el sistema
educativo tenemos una experiencia valiosa que puede servirnos en esta
situación para iluminar, aunque sea parcialmente, el camino. Es una
experiencia cotidiana y discreta pero también una experiencia central en
nuestro sistema educativo, conocida por las familias, los estudiantes y,
por supuesto, el profesorado: los deberes.
La caja
negra del sistema educativo
Los deberes son la caja
negra del sistema educativo. Si queremos conocer qué relación plantea el
profesorado con su alumnado y las familias, debemos mirar a los deberes;
si queremos conocer cómo se define el aprendizaje en el proyecto
educativo o el nivel de saturación de la ratio del centro, hacemos bien
en analizar los deberes y su revisión; si necesitamos saber cuáles son
los conocimientos y las competencias de un estudiante concreto, podemos
ver cómo resuelve los deberes; si queremos saber el nivel y el tipo de
implicación de las familias, observemos los deberes.
Los deberes son, por tanto,
uno de los indicadores más claros acerca del estado de la educación, del
funcionamiento de un centro, de la manera de enseñar de un docente, de la
manera de aprender de un estudiante y de la manera de ejercer la labor
parental por parte de las familias.
Así pues, la referencia
fundamental para estos días de “escolarización en casa” serán, con mucha
probabilidad, los deberes, y esto requiere que revisemos qué sabemos
sobre ellos desde la perspectiva de la investigación educativa.
Relación
deberes-resultados
Para empezar, la
investigación ha demostrado con claridad que existe una correlación
positiva entre los deberes y los resultados de aprendizaje (evidencia 1; evidencia 2). Sin embargo, ahora vienen los matices.
Veamos:
·
si los
deberes son repetitivos y extensos, la correlación es negativa;
·
si los
estudiantes no perciben con claridad el propósito de los deberes, baja la
implicación y entonces la correlación es negativa;
·
por el
contrario, si los estudiantes entienden que los deberes han sido bien
diseñados, entonces la correlación es positiva;
·
si el
tiempo de realización de los deberes es demasiado largo, la correlación
es negativa –y puede ser señal de que hay dificultades de aprendizaje–;
·
si las familias interfieren demasiado en los deberes, entonces la
correlación es negativa frente a las familias que estimulan la autonomía
y la seguridad, cuya presencia tranquilizadora parece que genera una
correlación positiva.
Así pues, la respuesta a la
pregunta de la efectividad de los deberes responde a lo que ciertos
autores han llamado el “efecto camaleón”: parece que sí hay
relación positiva entre deberes y resultados de aprendizaje, pero
dependiendo de cómo se analice, esta se muestra de una manera u otra.
Precisamente en ese
“depende” es donde está la clave que hace que los deberes sean un
complemento útil para el aprendizaje, una pesada piedra sobre el tiempo
de ocio del alumnado o, simplemente, una pérdida de tiempo.
Las cuatro
ideas clave
Analicemos, pues, ese “depende” centrándonos en cuatro ideas
fundamentales: finalidad, diseño, revisión y esperanza.
1.
1.
La
primera clave para hacer de los deberes un factor de aprendizaje es la
finalidad de los mismos. La investigación ha analizado diversas
finalidades que van desde la práctica de conocimientos adquiridos en el
tiempo escolar, pasando por la expansión de esos conocimientos o la
transferencia a otros contextos, hasta finalidades vinculadas con la
evaluación o incluso de carácter punitivo, vinculadas con el
comportamiento en clase. Solo cuando los estudiantes perciben coherencia
entre la finalidad de los deberes y el aprendizaje, entonces los deberes
tienen un efecto positivo en el aprendizaje; es decir, los deberes deben
estar alineados, en una situación normal de clase, con las prácticas de
aula y nunca deben servir para reprobar o castigar un comportamiento. En
una situación de excepcionalidad como la que nos encontramos, las tareas
que asignemos a nuestros estudiantes pueden recorrer todo el rango de
“finalidades positivas” (práctica, expansión o transferencia de
conocimientos a otros contextos) y esta finalidad debe ser obvia para
nuestros estudiantes.
2.
La
segunda cuestión es el diseño de los deberes. Por un lado, como ya hemos
comentado, la calidad percibida por los estudiantes correlaciona
positivamente con los resultados de aprendizaje: los estudiantes aprecian
el esfuerzo por parte del docente por generar unos deberes bien
diseñados, lo cual podría venir a cuestionar los “deberes de encargo” a
partir de las actividades prescritas por el libro de texto. Por otro
lado, parece que unos deberes con instrucciones claras, cortos, frecuentes y que los estudiantes puedan
resolver con autonomía por suponer un reto ajustado a su nivel de
desarrollo correlacionan positivamente con los resultados de
aprendizaje. En
esta cuestión nos encontramos con el problema de la estructura de
recursos humanos de nuestro sistema educativo: personalizar los deberes
requiere un tiempo y una dedicación que supera la disponibilidad habitual
del profesorado con las ratios actuales. Así pues, la defensa de ratios
menores es, entre otras cuestiones, una lucha por disponer de más tiempo
y mejores recursos para personalizar la enseñanza.Sin embargo, en una
situación como la actual tenemos que hacer el mayor esfuerzo posible por
diseñar lo mejor que podamos las tareas que asignemos a nuestros
estudiantes. Esto implica personalizar en la medida de lo posible las
tareas en relación con el nivel de competencia, el conocimiento y los
recursos de nuestro alumnado siendo especialmente conscientes de que los
deberes, según la propia OCDE, pueden ser fuente de desigualdad. En este sentido, un reto transcendental ahora es conocer cuáles
son los recursos con los cuales cuenta el alumnado, diseñar contando con
la realidad socioeconómica de las familias y, a partir de ahí, aportar
las estrategias de andamiaje (ejemplos, guías, material de ayuda,
tutorías telefónicas u online, etc.) necesarias para que
nuestros estudiantes puedan realizar las tareas con el mayor nivel de
autonomía posible.
3.
En el
mismo sentido, la revisión de los deberes es un ejercicio necesario para
que estos tengan un impacto positivo en el aprendizaje. Esta revisión tiene una doble
función: por un lado, obviamente, ayudar e informar al estudiante acerca
de su ejecución de los deberes, solventando los problemas que hayan
podido aparecer durante el trabajo fuera del aula; por otro lado, la
revisión de los deberes es un mecanismo interesante para la “regulación
del aprendizaje”, que es la base de la evaluación. Por supuesto, no
hablamos de “calificación”, sino de obtener datos acerca del avance de
cada estudiante y de toda la clase para que el docente pueda, en el caso
de que existan dudas o problemas, proponer las soluciones adecuadas –en
este momento, por supuesto, por vía telemática–. Es decir, la revisión de
los deberes es un momento importante para el docente como investigador de
su propia práctica y, aunque en una situación normal la ratio o el
horario pueden ser problemas que impidan la observación serena o la
respuesta personalizada, en una situación como la actual aportar un feedback de
calidad a nuestro alumnado es quizás la labor más importante que podemos
realizar por mucho tiempo que consuma y complicado que parezca.
4.
En todo
caso, el factor fundamental que nos gustaría comentar respecto a los
deberes no está vinculado solo con la actividad del docente (definición
de la finalidad, diseño y revisión de los deberes) sino con un
sentimiento necesario para el aprendizaje: la esperanza. Los estudiantes
deben poder enfrentarse a los deberes, como al aprendizaje en general,
con esperanza, es decir, siendo capaces de ver un camino para llevarlos a
cabo y contando con que disponen de los recursos para recorrerlo.La esperanza, que implica conocer
el camino y tener capacidad para recorrerlo, está en la base de una actitud orientada hacia el éxito, como también ocurre con la
autoestima y una percepción positiva de uno mismo. Diferentes “perfiles
de esperanza” hacen que sean más o menos probables ciertos
comportamientos académicos que inciden positivamente en el aprendizaje,
como hacer los deberes, estudiar o participar en clase, y
nuestra obligación ahora es promover un “perfil de esperanza” positivo
respecto al aprendizaje para todo nuestro alumnado en todas las
situaciones de vida posibles.
Una
ventana al orden en esta situación
Es más, hoy más que nunca
esta escuela forzosamente virtual y electrónica que estamos organizando
debe recoger lo mejor de nuestro conocimiento y nuestra competencia
profesional para ser un auténtico espacio de esperanza en tiempos de
incertidumbre.
Muchos niños y niñas miran
sorprendidos a las calles vacías de sus ciudades y ven a sus familias
encerradas en casa temiendo a un enemigo invisible pero cuya gravedad se
dibuja en el rostro de sus mayores. En esta situación la actividad
académica debe ser una ventana de normalidad y orden, de sentido y
esperanza.
Si la docencia es la
profesión que permite a nuestros menores encontrar sentido al mundo, este
es entonces el momento de los buenos docentes, el momento de traer
esperanza a nuestro alumnado a través del aprendizaje.
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